La danza entre legislación e innovación es una coreografía compleja, donde cada paso debe ensayarse cuidadosamente. Recientemente, los ministros sugirieron que las resoluciones del Tribunal Superior Electoral (TSE) sirvan de inspiración para la regulación de los gigantes tecnológicos, las famosas Big Techs. Si bien la propuesta conlleva una promesa de adaptación ágil a la era digital, los riesgos que trae consigo merecen ser analizados con cautela.
El experimentalismo legislativo, cuando se lleva a cabo con maestría, puede ser una herramienta poderosa para enfrentar los desafíos emergentes de la sociedad contemporánea, sin embargo, cuando se equivoca, este mismo experimentalismo puede abrir la puerta a una serie de consecuencias no deseadas, especialmente cuando se trata de temas tan delicados como la libertad de expresión, la privacidad y la innovación tecnológica.
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Al situar las resoluciones del TSE como base para regular las Big Techs se cometen dos errores fundamentales:
- Primero, un error de procedimiento al promover un tipo de experimentalismo a la inversa.
- En segundo lugar, una incapacidad material para transferir prematuramente la responsabilidad de las plataformas a otros actores.
Lo que más preocupa es el método adoptado. Este tipo de "experimentalismo a la brasileña", ya conocido por sus tortuosos vaivenes en el ámbito legislativo, tiende a implementar medidas sin un conocimiento profundo del funcionamiento de las empresas afectadas.
En lugar de reconocer a las Big Tech como intermediarias digitales, el enfoque brasileño tiende a culparlas indiscriminadamente. Esta postura puede resultar no solo en una censura excesiva, sino también en un desincentivo a la innovación y la competencia en el mercado digital.
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El verdadero desafío reside en adaptar la estrategia experimentalista a la complejidad del sector analizado. El experimentalismo, cuando se aplica adecuadamente, implica la implementación controlada y temporal de nuevas tecnologías y modelos de negocio. Sin embargo, lo que hemos observado es precisamente lo contrario: falta de planificación estratégica, criterios nebulosos para la selección de empresas y sistemas de evaluación deficientes.
Es obvio que la ausencia de regulación puede traer riesgos, pero una regulación mal diseñada puede ser aún más dañina. Para regular eficazmente a las Big Tech es esencial calibrar el enfoque adoptado por el TSE, asegurando una distribución justa y proporcional de responsabilidades entre todos los involucrados, sin comprometer los principios fundamentales de la democracia digital y la innovación responsable.
El desafío está lanzado. Es hora de seguir un camino que promueva no solo la seguridad jurídica, sino también la libertad de expresión y el desarrollo tecnológico. La regulación de las Big Techs no debe verse como una partida de ajedrez, donde las piezas se mueven sin considerar los matices del tablero, sino más bien como una oportunidad para construir un entorno digital más justo y equilibrado para todos.
*Daniel Becker es especialista en Regulación de Nuevas Tecnologías y socio de BBL Advogados.
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