Lo más probable es que todos —en algún momento de nuestra vida— hayamos sido objeto de burla, acoso escolar (bullying), acoso laboral (mobbing) o algún tipo de discriminación. Desde su infancia, las personas buscan identificarse y formar parte de un grupo que las haga sentirse aceptadas. Esa aceptación parte de una aparente igualdad que inicia con una similitud física, pero toca muchos otros aspectos y preferencias de los seres humanos o, por lo menos, todos fuimos testigos de este tipo de actos.
Sin embargo, es muy frustrante ver que no hemos aprendido de dichos actos que vivimos u observamos y que como adultos continuamos realizando o atestiguando. No hemos aprendido a reconocer las diferencias que tenemos todos los seres humanos y, por lo tanto, no hemos aprendido a respetar y aceptar a aquellas personas que presentan diversidades funcionales, físicas o intelectuales.
Cuando en un grupo social alguna persona es distinta, es decir, se aleja de algún estándar aceptable —y capacitista— para la mayoría del grupo, ya sea por la altura, el tono de piel o las dimensiones del cuerpo o porque tiene el pelo rizado, no es atlético, usa gafas o auxiliares auditivos, esa persona es identificada por esa o esas características particulares y puede ser objeto de burla, discriminación y acoso.
Culturalmente ha sido aceptable rechazar a todas aquellas personas que 'no son' como la gran mayoría; además, ha sido aceptable que frente a las diferencias se asuma una “autoridad implícita" para ser intolerantes y discriminar. Este ciclo de violencia, aún aceptado socialmente, ha permitido que aquello que nos distingue sea razón suficiente para generar antagonismos que inhabilitan el respeto y el diálogo.
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Conviviendo en diversidad y respeto
Tratándose de las preferencias sexuales, muchas personas actúan bajo marcos de referencia comúnmente aceptados y que consideramos estereotipos. Se considera que lo 'aceptable' es lo que ha ocurrido en la historia de una sociedad o lo que culturalmente se identifica como único y correcto. No somos capaces de respetar a quienes tienen diversas preferencias sexuales. Muchas personas se atribuyen el derecho a opinar, criticar y juzgar sobre la sexualidad de otras individualidades, sin respeto a la diversidad.
En la sociedad actual seguimos diferenciándonos en términos binarios y normativos: lo femenino, que corresponde a las mujeres, y lo masculino, que corresponde a los hombres. Seguimos asumiendo que el azul es para los niños y el rosa para las mujeres. Seguimos pensando y actuando en una vida de dualidad universal, en categorías donde no caben quienes se sienten y se saben diferentes a la concepción cristianojudeo tradicional de hombre/mujer. Mayormente, seguimos educando, tanto en los hogares como en la formalidad de las escuelas, bajo una distinción de dos sexos, sin atender a las preferencias sexuales y la diversidad sexual.
En el mundo occidental, en la mayoría de los ordenamientos jurídicos se ha reconocido, en muchos casos a nivel constitucional, que es ilegal la discriminación de personas por sus preferencias sexuales. Sin embargo, como sociedad no hemos aprendido a vivir en esa diversidad y respetar a todos, independientemente de sus diferencias y preferencias.
En muchos casos, nos damos cuenta de que el actuar de los seres humanos es mucho más rápido que el avance de la regulación del derecho y que la sociedad crea más rápido relaciones que no han sido alcanzadas por las normas, como puede ser el caso de la tecnología o la inteligencia artificial.
Sin embargo, en el tema de la diversidad sexual, el derecho ha reconocido el hecho de que existe diversidad en cuanto a las preferencias sexuales y que nadie debe ser objeto de acoso, violencia o discriminación por sus preferencias sexuales, pero en la cotidianidad no hemos sido capaces de ser incluyentes y respetuosos.
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Los seres humanos todavía tenemos mucho por hacer para que normas formales que prohíben y sancionan los actos de discriminación, que parecen letra muerta, sean realmente aceptadas en la realidad y cultura de nuestra sociedad.
Lo primero que tenemos que hacer es reconocer que sigue habiendo una cultura de discriminación en contra de la comunidad LGBTTIQA+ y que la mayoría de la población sigue juzgando y criticando a las y los miembros de dicha comunidad y que esas actitudes aún son “aceptables”.
Una vez que tengamos conciencia de las actitudes discriminatorias y la violencia que sigue sufriendo la comunidad LGBTTIQA+, debemos hablar de cómo cambiar estas actitudes y acciones para que, finalmente, transformemos las costumbres. Este será un camino largo, pero es indispensable que quienes atisbamos esta violencia, la visibilicemos y actuemos en concordancia.
En las familias, en las escuelas y en todas las organizaciones de la sociedad debemos implementar medidas de educación y respecto que eliminen la discriminación, acoso y violencia hacia quienes integran la comunidad LGBTTIQA+. No podemos permitir que no se cumplan los derechos reconocidos en las normas y que en el actuar de muchas personas se siga aceptando la discriminación y la exclusión de quienes tienen preferencias sexuales distintas.
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Resulta inverosímil que, como sociedad, no podamos ser empáticos ni capaces de entender que las diferencias nos hacen únicos y que, al mismo tiempo, en el fondo todos somos seres humanos con la misma esencia, los mismos derechos y todos merecemos respeto y vivir digna y libremente sin violencia.
*María Teresa Paillés es socia de SMPS Legal. Se especializa en inversiones inmobiliarias, fusiones y adquisiciones, operaciones de financiamiento, licitaciones públicas y derecho corporativo general. Es socia fundadora y presidenta de Abogadas MX, una ONG que promueve el desarrollo profesional de mujeres abogadas.
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