Claudio Lamela, de Auren, responde el Cuestionario LexLatin

Claudio Lamela se unió a Auren en Argentina / Bigstock
Claudio Lamela se unió a Auren en Argentina / Bigstock
"Debo decir con pesar que el ejercicio de la abogacía penal en la Argentina es, en muchos casos, decepcionante y desmoralizante. Pero no hay que rendirse"
Fecha de publicación: 07/06/2019

Claudio Lamela, el nuevo líder de asuntos legales en Auren, respondió en profundidad el Cuestionario LexLatin, espacio diseñado para ahondar en la personalidad de los especialistas entrevistados más allá de sus pericias profesionales.

Claudio Lamela
Claudio Lamela

 

¿Por qué decidió hacerse abogado?

Siempre tuve una natural inclinación por las ciencias sociales, el conocimiento humanístico y en especial, la filosofía. El derecho está íntimamente vinculado a todos ellos, de manera que encontré en él la posibilidad de canalizar mis habilidades en pos del valor de la justicia, que lamentablemente han olvidado muchos. Me gusta la visión romántica de la abogacía, entendiéndola como un caballero en defensa de la verdad y la justicia y no como un mero perito en leyes o un mercenario al servicio del interés de turno. Y pensé en eso cuando abracé esta profesión. Lamentablemente, la pobreza moral que azota nuestro país no es ajena al ámbito de los tribunales y de la abogacía, donde se expresa a veces con una perversidad y crudeza alarmantes. Debo decir con pesar que el ejercicio de la abogacía penal en la Argentina es, en muchos casos, decepcionante y desmoralizante. Pero no hay que rendirse.

¿Puede indicarnos una meta a mediano plazo?

Contribuir a la instauración de este nuevo paradigma social moderno, en cuanto a prevenir los conflictos penales, para que no sucedan, en lugar de solucionarlos una vez ocurridos.

Va a redundar en un enorme beneficio para la sociedad, en cuanto a mejorar el nivel de seguridad, paz social y concordia política. Hace falta compromiso profesional y mucha docencia, pero es posible.

Los países del primer mundo ya transitan esa senda, sobre todo en materia de prevención del riesgo penal empresarial, del lavado de activos y el financiamiento del terrorismo. Me generaría mucha satisfacción profesional, intelectual y espiritual que, dentro de unos años, pueda contemplar el fruto de mi modesto aporte en ese sentido, tanto en Auren como en los ámbitos académicos en los que tengo el honor de participar.

¿Puede decirnos a quién admira como mentor (o un abogado que admire) y por qué?

He tenido la fortuna de ser alumno de prestigiosos profesores y extraordinarios seres humanos, tanto en la carrera de grado como en los diversos estudios y cursos que pude realizar con posterioridad.

Penalistas de fuste y caballeros con mayúsculas, como el Dr. José Licinio Scelzi, el Dr. Julio Martínez Vivot (quienes lamentablemente nos han dejado muy jóvenes), el Dr. Francisco D´Álbora (h) y el Dr. Guillermo Yacobucci, entre muchos otros. A todos ellos, les estoy infinitamente agradecido por el saber,  la experiencia y el ejemplo que generosamente me transmitieron.

Pero, sin lugar a dudas, me siento discípulo y amigo de verdaderos maestros a los que admiro, quiero y respeto. Me refiero al Dr. Miguel Ángel Almeyra, una gloria viva del derecho procesal penal argentino, a quien tengo la dicha de acompañar en su cátedra de la Universidad del Salvador. También al Dr. Jorge Sandro, una de las mayores eminencias penales del país, de quien fui alumno y a quien tuve el honor de acompañar en importantes procesos penales, aprendiendo siempre de su proverbial sabiduría.

No solo son juristas incuestionables, sino que son verdaderas personas de bien. Sería un verdadero lujo para Argentina que los profesionales que mencioné integraran nuestra Corte Suprema de Justicia. Sin duda, viviríamos en un país mucho mejor.

¿Puede indicarnos una película o libro que recomendaría a los estudiantes de Derecho?

El arte ofrece un material extraordinario para analizar y debatir los hondos problemas humanos, los juicios racionales y valores morales implicados en toda cuestión penal Nos ayuda a rehumanizar y remoralizar el problema del delito y la justicia, en un mundo que se ha tecnificado -a mi entender- en exceso, apartándose de la realidad, del sentido común y de los fines que deben inspirar nuestras acciones, reacciones y sanciones.

En ese sentido, recomendaría leer El mercader de Venecia de Shakespeare, El proceso de Kafka y, ya como literatura filosófica pura, Ética a Nicómaco de Aristóteles.

En cuanto a filmes, solo cito como ejemplo las siguientes:

o  Se presume inocente, con Harrison Ford (1990), que termina con la célebre frase: “Hubo un crimen, hubo una víctima… Hay un castigo”, en la que -sin incurrir en spoiler-, se sintetiza el drama inexorable de la consecuencia que le sigue el delito como su sombra. Aún sin sanción legal, hay una pena natural.

o Perfume de mujer, con Al Pacino (1992). Trata sobre el enjuiciamiento informal que en el ámbito de un colegio se pretende hacer a un alumno inocente, a quien se amenaza con expulsarlo si no delata a sus compañeros, verdaderos autores de la felonía investigada. Es extraordinario el alegato de su protector no vidente (Al Pacino), defendiendo al alumno.

o  El abogado del diablo, con Al Pacino y Keanu Reeves (1997). Muestra con singular maestría la peligrosa vanidad y corrupción que serpentea como canto de sirena alrededor del abogado, los vericuetos del poder real en el mundo moderno, la paradójica contradicción entre las reglas y el deseo. Y finalmente un mensaje práctico diabólico, pero usual, para el litigio o conflicto: "Que no te vean venir". 

o  El secreto de sus ojos, con Ricardo Darín (2009). Ilustra brillantemente la vida entre tribunales, en una investigación penal pero que también lleva a la reflexión sobre el sentido y fin de la pena. “Usted dijo perpetua…”, le recuerda Pablo Rago al protagonista sobre el final de la película, en una escena escalofriante.

o  Y, El juez, con Robert Downey Jr. y Robert Duvall (2014). Describe con nitidez asombrosa el diferente perfil de un litigante y un juez, qué principios presiden sus respectivas actuaciones, incluso ante el error y en el final más extremo.

Si no fuese abogado, ¿cuál profesión hubiese escogido? ¿Por qué?

Sin lugar a dudas, sería médico. Siempre tuve y tengo inclinación e interés por la medicina.

El ser humano es la creación más elevada y perfecta de Dios en esta naturaleza, para quienes creemos en él. Me fascina estudiarlo, tanto su cuerpo como su mente y espíritu. Y el médico, si bien parece limitarse al estudio y cura del cuerpo, en realidad, también atiende y sana su mente y su espíritu. Es una de las profesiones más nobles e importantes del mundo.

Además, como decía antes en relación al derecho (prevenir y curar), el médico ayuda en ambos sentidos. ¿Se les puede pedir algo más? Es una profesión realmente maravillosa y digna del mayor reconocimiento que puede otorgar la sociedad. Por eso, me hubiese encantado ser médico.

Mi querido tío y padrino, Ramón De Dios, ayudó a sanar muchos pacientes, con su conocimiento, dedicación y bondad, pero fundamentalmente con su sonrisa. Hoy sé que me guía desde el cielo.

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