El estigma del caudillo

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El estigma del caudillo
Fecha de publicación: 11/05/2017
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Son tiempos decisivos que ameritan evaluación para ser comprendidos. Lo que ocurra o deje de ocurrir en Venezuela en las próximas semanas tendrá trascendencia y consecuencias para todos los actores involucrados. Podemos imaginar la grave preocupación para quien se sabe ilegítimo en la silla grande que ha ocupado, sin otro mérito que su designación por el caudillo -como en las monarquías de pura cepa. El nuevo reto presidencial que pretende llevarnos al socialismo radical, ni es tan nuevo, ni original, ni mucho menos creación de Nicolás Maduro. Es el legado remanente de Hugo Chávez, después de repetidos fracasos y fallidos intentos desde los albores de la revolución, de imponer un sistema integral, sin contar con la resistencia de un pueblo acostumbrado a vivir en libertad.


Es un parto retrasado. Su proyecto cabalgaba sobre la institucionalidad democrática representativa, generador de un proceso para pasar a la llamada tesis ceresoliana de la post-democracia.


En una pequeña recopilación de artículos sobre la Constituyente de 1999, creo haber encontrado la respuesta en un artículo de Alberto Garrido titulado “La Constituyente en el Marco del Proyecto Chavista Revolucionario”. Según Garrido, el concepto original de Chávez sobre la constituyente es claro, tajante, e incluso, muy alejado de las normas aprobadas en el Referéndum por él mismo convocado y convalidadas por la extinta Corte Suprema de Justicia.


Esto, además, queda confirmado en el libro “Habla el Comandante” de Agustín Blanco Muñoz, una recopilación de entrevistas a Hugo Chávez, donde el entonces presidente explicó lo que Garrido venía suponiendo acerca del proceso:



La primera fase tiene que ser la fase político-jurídica. Porque aquí, con este marco que tenemos de anarquía y de caos en lo político, en lo ético, no habrá posibilidad de impulsar ningún modelo económico, ya sea el de los Chicago Boys, o el comunismo. Ningún modelo económico podrá ser impulsado aquí. Por eso hasta que no se limpie el piso, que es la primera fase de nuestra propuesta a través de una constituyente, poco puede hacerse para pasar a la segunda fase.



Para que sea revolucionaria esa constituyente debe ser popular, dice Chávez:



Nuestra propuesta de Constituyente es un proceso que no tiene nada que ver con las élites, viene desde abajo, desde el mismo pueblo. Es un proceso revolucionario para destruir ese sistema, no para rehacerlo, como procuran otros proyectos. La macro-política es el eje constituyente y, montada sobre esa fase, comenzará la segunda (fase programada para que dure unos 20 años). La tercera fase es el cambio de la superestructura ideológica, que debe producir un nuevo concepto de sociedad. Lo revolucionario es un concepto de vida. Y vamos a referir lo que significa el término revolución: cambio radical, total, de un modelo, de una sociedad en lo político, económico, social, etc. Es concebir el camino necesario para Venezuela, a través de un cambio total, radical. He ahí otra calidad de lo revolucionario: no eludir ningún problema ni contradicción. No puede haber una revolución cultural, una revolución moral. Es un concepto integral para que sea de verdad revolucionario. Lo hemos dicho reiteradamente: esto no tiene solución por partes.



En otras palabras, para quien siempre fue golpista, las elecciones eran un caballo de Troya. Desde el día que tomó juramento, trató al régimen establecido y a la Constitución, según él moribunda, de 1961, de la misma forma que a su opus magna, la Constitución del 99, hoy amenazada de muerte. Lo cual era su plan desde el principio.


Según lo propuesto por Maduro, lo que nos espera en Venezuela es la repetición de un intento fallido. Lo que Chávez no pudo lograr en 13 años, ni él en 4, y que ya había sido rechazado por los venezolanos (en el referéndum de 2007) cuando Chávez propuso la reforma constitucional para implementar el Estado Comunal.


Bolívar tenía razón. Y Chávez, el megalómano, el todopoderoso, el caudillo inmortal, olvidó sus palabras, subestimó la esencia de nuestras necesidades, mientras convertía en multimillonarios a su familia, amigos y correligionarios, y de paso, trataba de exportar sus desvaríos continentales y extracontinentales. Moral y Luces siguen siendo, hoy más que nunca, nuestras primeras necesidades. No una Asamblea Constituyente para una nueva Constitución o enmienda o reforma constitucional, que ni siquiera los más cercanos colaboradores del gobierno entienden, mientras hay un pueblo hambriento y sus dirigentes mil millonarios y ahítos. No queremos más intentos de socialismos mesiánicos.

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