De viralizaciones y calumnias: La libertad de expresión en “La civilización del espectáculo”

La libertad de expresión ha sido en algunos casos utilizada para difamar / Bigstock
La libertad de expresión ha sido en algunos casos utilizada para difamar / Bigstock
Esta columna es un extracto del libro del autor a publicarse en noviembre: “¿Es justificable discriminar? Una discusión cultural sobre Estado de Derecho, libertades y sexualidad” (Aranzandi, Thomson Reuters)
Fecha de publicación: 10/10/2018

Ante casos de abusos de la libertad de expresión, la teoría nos indica que es viable demandar penalmente por difamación o calumnias. Pero dar el paso a la práctica es en sí una decisión enorme. La distancia metafórica que separa una situación de la otra, se evidencia en las complejidades que presentan las sociedades modernas: uso de memes que degradan, procesos de viralización del contenido y sus consecuentes crisis mediáticas en redes sociales y medios tradicionales. Además, existe la posibilidad de que de manera concurrente surjan las temidas fake news, elevando así el impacto al daño moral que legitima el reclamo judicial.

A nivel subjetivo, pueden existir asimetrías de poder considerables entre las partes del litigio, que pueden fungir como elemento disuasivo para iniciar los procesos judiciales. Pero una vez superadas las barreras subjetivas, el problema radica en un aspecto de fondo, un asunto en el ámbito del terreno cultural en donde las interacciones humanas se mueven. Es decir, el conflicto entre el honor y la libertad de expresión es un problema que no tiene una solución jurídica:

"En verdad, el problema no se confina en el ámbito jurídico. Se trata de un problema cultural. La cultura de nuestro tiempo propicia y ampara todo lo que entretiene y divierte". (Vargas Llosa, M.)

Es por ello que la libertad de expresión, en algunos casos, ha sido desnaturalizada y se ha utilizado como herramienta para difamar, calumniar e implantar falsedades en la sociedad.

Este aspecto cultural no es un proceso que comenzara en la época de las redes sociales. Se remonta incluso más atrás, al año 1932 cuando Aldous Huxley (autor de Un mundo feliz y de Nueva visita a un mundo feliz) plantó la semilla de la idea que Vargas Llosa bautizó como La civilización del espectáculo en una columna en el 2007 y posteriormente en un ensayo en el 2012. En palabras del Nobel de Literatura:

“En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales -informar, opinar y criticar- para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir (...) La civilización del espectáculo había nacido y estaba allí para quedarse y revolucionar hasta la médula instituciones y costumbres de las sociedades libres”.

Estos importantes detalles nos hacen recordar que la época en que fueron concebidas las soluciones jurídicas para conflictos entre el honor y la libertad de expresión, no se apegan a la compleja realidad que hoy en día vivimos: “La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia”, vuelve a añadir Vargas Llosa.

En resumidas cuentas, vivimos en una época cultural en la cual el valor supremo que rige de forma predominante el actuar, es la búsqueda de la diversión, promoviendo todo acto que implique alejarse del aburrimiento. Este no es un acto para nada despreciable, pero no debemos perder de vista que la cultura ha servido como un ancla o un norte a la cual recurrir para tomar decisiones. Es por ello que, al mutar de una complejidad de elementos al simplista y hedonista fin de la diversión como último medio, la sensación de caos en las vidas personales tiene mayor potencia. (Ver: Peterson. J., 2018, 12 Rules For Life: An Antidote To Chaos).

Estamos conectados en exceso por redes sociales, pero también vivimos en un mundo donde las personas se encuentran más solas, considerándose la crisis de la soledad uno de los problemas más apremiantes de nuestras épocas.

 

Pero, ¿por qué ocurre todo esto? ¿No deberíamos estar en un mundo mejor frente a las tinieblas del oscurantismo opresivo de la inquisición religiosa? Ciertamente, estamos mucho mejor que antes. De ninguna manera es una generalización que todas las personas se encuentren colocadas en determinada situación. Sin embargo, hemos pasado de un mundo a otro mundo: “El mundo de la religión es diferente del otro mundo de la diversión, pero se parecen entre sí en que manifiestamente ‘no son de este mundo’”.

Los dos son distracciones. Si se vive en ellos demasiado continuamente, uno y otro pueden convertirse, según la frase de Marx, en el “opio del pueblo” y, por tanto, “en una amenaza para la libertad”. (Huxley, A., 1958, Nueva visita a un mundo feliz).

De alguna u otra forma, nos alejamos del terror del totalitarismo “Orwelliano” y nos colocamos en un escenario de ciencia ficción “Huxleiano”:

“Lo que Orwell temía eran los que prohibirían los libros. Lo que Huxley temía era que no habría ninguna razón para prohibir un libro, ya que no habría nadie que quisiera leer uno. Orwell temía a los que nos privarían de información. Huxley temía a aquellos que nos darían tanto que nos reduciríamos a pasividad y egoísmo. Orwell temía que la verdad se nos ocultara. Huxley temía que la verdad se ahogara en un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley temía que nos convirtiéramos en una cultura trivial”. (Ver: Postman, N., 2005, Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business).

En este sentido, el mismo riesgo que empujó a la civilización a alejarse de los dogmas religiosos que restringían todas las libertades en sus más diversos ámbitos (científico, literario, romántico, etcétera.) es el fantasma que se avecina. Para explicarlo de otra forma, es como una especie de inversión del progreso de la humanidad. Un ejemplo lo encontramos en el resurgimiento de personas que abogan por las teorías científicas superadas desde la inquisición (“la tierra es plana”) o el resurgir de los grupos nacionalistas con una clara finalidad antidemocrática.

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