Hace unos días, Spotify develó su Wrapped 2024, que, para quienes no lo conocen, es el informe anual que resume los hábitos de escucha de los usuarios de esta plataforma e incluye un resumen de lo más escuchado por ellos, entre géneros, artistas, canciones o podcasts. Este resumen es una de las cosas más esperadas por los usuarios de Spotify y suele viralizarse cada año.
Es un fenómeno tal que ya, como otras recurrencias del social media, existe la “tradición” de criticar –a priori o posteriori– a quienes comparten sus resúmenes o animarlos a compartirlos. Para bien o para mal, los wrapped son esperados porque, aparte de hacer un paseo corto por la nostalgia musical de los doce meses anteriores, suelen ser un preciso termómetro del estado de ánimo de cada usuario (y sus descubrimientos) y suelen estar muy bien hechos y diseñados.
Pero, este año hubo muchas quejas sobre el resumen, que no solo se centraron en que no recopiló con fidelidad lo más escuchado ni midió con certeza la ruta musical de sus usuarios sino en que, y esto es importante, falló porque Spotify no lo hizo como solía hacerlo (con un equipo humano de editores de música vigilando la interpretación automática del algoritmo y curando, diseñando y animando correctamente los wrapped) sino con una inteligencia artificial generativa (IAGen).
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Lógicamente, esto reactivó la pregunta que ya se ha hecho recurrente en los últimos años: “¿Está Spotify arruinando la industria musical?”. La respuesta puede que no sea tan simple si tomamos en cuenta que Spotify es una solución simple –o al menos lo fue durante un tiempo, según la Comisión Europea– a la lucha contra la piratería y una herramienta efectiva para el pago justo de las regalías de los autores, mecanismo que representó, en 2023, el pago de 9.000 millones de dólares en derechos de autor por streaming.
Recordemos que Spotify surgió de las cenizas de Napster, “asesinado” bajo un alud de demandas de artistas (encabezados por Lars Ulrich, baterista de Metallica) quienes, ofendidos por su disruptiva manera de compartir música, acusaron al primer servicio de intercambio de archivos musicales de infringir sus derechos de autor y no pagarles regalías. La aparatosa caída de Napster representó la oportunidad de que Spotify hiciera lo mismo con la diferencia de que respalda su negocio con anuncios, cuya monetización le permite luego reconocer las regalías de los autores.
Esta manera de hacer negocios convirtió a la plataforma de origen sueco en el actor dominante del mercado de intercambio musical, sobre todo porque al nacer su fundador admitió que luchar contra la piratería era inútil y que, al final, esa tampoco era su intención. Esto fortaleció el crecimiento de la empresa que ha llegado hasta este momento a ser un gigante en la industria y, básicamente, la plataforma de streaming musical por defecto.
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Pero Spotify se ha vuelto autofágica. Por ejemplo, muchos dicen que su estructura de pago está devastando el arte musical y la industria creativa, al mismo tiempo que está atada a las tres más grandes discográficas: Sony Music Entertainment, Universal Music Group (su accionista) y Warner Music Group que tienen, lógicamente, mucho poder sobre la empresa sueca, lo cual, eventualmente, lleva a una concentración de mercado y les da un gran poder de presión cuando de establecer las condiciones contractuales de las regalías se trata, lo cual explica que a pesar de que los suscriptores crecen, no lo hacen las ganancias. Básicamente, Spotify no tiene control de su oferta.
Como las editoras musicales cobran comisiones por cada reproducción de las canciones de sus catálogos, se ha llegado a un punto en que los autores no reciben lo suficiente y Spotify está “secuestrada” por las disqueras que, de retirarse, harán colapsar su modelo de negocio: Después de todo, son las que verdaderamente tienen la ventaja en las negociaciones.
Esto es algo que incluso artistas como el finlandés Timo Tolkki (fundador y compositor de la banda de power metal Stratovarius) han señalado repetidamente. Por ejemplo, este artista retiró su música de Spotify cuando vio que no era viable mantenerla allí, debido a que los pagos por reproducción eran casi inexistentes. Tolkki dijo que aunque la empresa era alabada por ser la que “salvó” la industria musical, en realidad es “una entidad que se basa únicamente en la codicia corporativa con un sistema de pago altamente inmoral, poco ético e injusto para quienes al menos solían mantener este negocio vivo: músicos, compositores y bandas.”
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Y a esto (y así volvemos al Wrapped 2024) se suma otra realidad incontestable: la IAGen, que ha creado, más que nuevos problemas para las empresas, más problemas para los artistas. Es “otro clavo en el ataúd”, como explicó el músico finlandés, que ahora las discográficas y Spotify están empezando a crear artistas que, “por supuesto, no existen realmente” y que traen consigo una competencia, literalmente inhumana, que probablemente no ganarán, ya que las IAGen pueden producir contenido, perfectamente alineado con los algoritmos, a un ritmo poco natural e irremontable por los artistas.
Aunque, la IA no es solo la pesadilla de los autores y músicos, sino también de los mismos empleados de Spotify que tan solo este año despidió a 17 % de su personal y lo reemplazó con IA, lo cual, según muchos, explica el porqué los resúmenes no están ni bien ajustados al gusto o hábitos de los usuarios (el mío, de hecho, tiene un “fallo”) ni tiene un buen diseño. Además, este año no dieron listas personalizadas basadas en los gustos musicales, sino que las sustituyeron con un podcast IA.
Lo que esto demuestra es que las grandes corporaciones suelen dinamitar la creatividad humana con tal de abaratar costos, por lo que han empezado a priorizar las herramientas IA y sus productos por encima del talento humano, con tal de salvar tiempo y dinero, aunque hacerlo no complace los gustos de los usuarios, deje esperando más o cuele canciones que Spotify y los oyentes saben que no deberían estar en el wrapped de cada quien (o al menos en el mío).
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