Los premios, eventos deportivos de carácter internacional y las alfombras rojas siempre son una extraordinaria ocasión para recordar cuánta propiedad intelectual hay detrás de las cosas.
Por ejemplo, detrás de los Oscar (de por sí una marca registrada) hay una marca de diseño registrada a nivel federal, que protege sus propiedades contra usos no autorizados; detrás de la Copa del Mundo de Rugby está el registro de 50 marcas comerciales dentro de la Unión Europea, lo que incluye el nombre y logotipo de la competición; así como detrás de la Met Gala hay un sinfín de marcas de lujo que usan este evento como la oportunidad de mostrar sus diseños, que —por cierto— son una forma de propiedad intelectual.
La Met Gala es una de las exposiciones de moda anual más relevantes del mundo, porque no solo es un evento benéfico de recaudación de fondos para el Instituto de Vestuario del Museo Metropolitano de Arte, para cuidar las colecciones del Costume Institute, sino también porque sirve como vitrina de impresionantes diseños, bien sea de colecciones antiguas o nunca usadas (como el vestido de “archivo” de Givenchy que usó Kendall Jenner este año), así como también de nuevos diseños y otros elementos sujetos a la protección de su propiedad intelectual.
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Estos van desde el copyright para los diseñadores de los vestidos y accesorios exhibidos en la alfombra roja y para quienes registran audiovisualmente la Gala, ya que las fotos y videos son obras protegidas por derechos de autor y no pueden producirse ni distribuirse sin el permiso de sus titulares.
Incluyen las marcas registradas (y logotipos) de las casas de moda que patrocinan la Met Gala y que prestan sus diseños para esta, el diseño industrial que acompaña el evento transformado en diseño de interiores, decoración o patentes (como la de la conocida Glam Bot, ausente de este evento) y los secretos comerciales (como métodos de producción o tecnologías), relacionados con algunas de las creaciones, como el vestido de madera que la actriz Taylor Russell usó y que fue pintado con la técnica de hidro sublimación.
Y es lógico que, para “disfrutar” con cierta paz estos eventos haya una estricta vigilancia de cada uno de los elementos involucrados en la consecución de la Met Gala, para lo que es costumbre (como en los Oscar) que las marcas de moda —y otras empresas— registren sus derechos antes de la realización del evento así como contraten abogados y auditores que garanticen el cumplimiento de sus derechos de propiedad intelectual.
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Esto no es una precaución ligera en vista de la cantidad de dinero que representa el encuentro benéfico para la ciudad de Nueva York, marcas de haute couture como Fendi, Givenchy, Schiaparelli, Gucci, Versace y Chanel y los negocios locales que, tan solo en 2023, generó 995 millones de dólares de ganancias en valor de impacto mediático (MIV), a través de 115.919 colocaciones de productos y publicidad indirecta, conversaciones en las redes sociales y medios en línea.
Las after party también son una oportunidad de exposición para los diseñadores que no vistieron a quienes desfilaron en la alfombra roja y que, para las fiestas post evento, visten con la libertad que la obligatoria planeación anticipada y contratada por mesa (dependiendo de la marca) les impone para la Met Gala.
Es tal la importancia de estas que el MIV de las fiestas de Karl Lagerfeld y Chanel les generaron a ambas marcas 349.000 y 248.000 dólares en 2023, lo que demuestra el enorme impacto mediático y ventas que generan las colaboraciones entre las marcas y las celebridades (magnificadas por las conversaciones en la social media) y que ha convertido a la alfombra roja, la Gala en sí y sus fiestas posteriores en una rentable plataforma de negocio y mercadeo más efectiva que los canales de venta y promoción tradicionales.
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