“El despertar a la verdad significa que vivimos en la verdad, lo cual quiere decir que reconocemos que somos los únicos responsables de lo que pensamos y hacemos. Toda la vida se encuentra contenida en un simple momento. El único propósito del tiempo es permitirnos decidir cómo usar nuestra mente con sabiduría”.
VM Miao Tsan (Zen Moments)
Por algunos eventos que se me han presentado recientemente, he tenido que reflexionar sobre distintos escenarios de mi vida. Me he dado a la tarea de dedicar mucho más espacio consciente para identificar cosas que me den más plenitud y que sean posibles de ajustar dentro de mi dinámica de vida. Acciones que me alimenten el alma y que me acompañen a tener una mejor relación conmigo y con los demás. Bajo esta dinámica creada, quisiera compartir con ustedes uno de los temas que, me parece, ha sido el que hasta ahora ha cobrado mayor relevancia dentro de esta reflexión. Lo resumiría en la acción de “saber pedir”.
Me he dado cuenta de que, por temas del pasado —patrones, costumbres, herencia—, he tratado de ser siempre autosuficiente. Me he desarrollado en entornos dinámicos acostumbrada a resolver distintos temas de mi vida. He entendido ahora que esta costumbre la he desarrollado frente a la respuesta positiva —y al parecer recompensa— que la sociedad tiene cuando ve a personas que resuelven de manera autosuficiente sus problemas o a aquellos que simplemente tienen dinámicas parecidas a las mías. Se nos ve como personas con más fuerza e incluso con más poder sobre aquellos que no resuelven.
Se percibe a estos individuos como más poderosos; aquellos que, a pesar de las dificultades, salen adelante por sus propios méritos y recursos. Estos, aparentemente, no necesitan de nadie más para sobresalir.
Pero no hay nada más falso que esta percepción.
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Hoy he podido identificar que hay millones de circunstancias que nos hacen más fuertes y poderosos cuando pedimos (y, en consecuencia, tomamos) lo que necesitamos. Esto es, cuando pedimos porque no somos capaces de hacer algo, no podemos continuar haciéndolo o nos vemos limitados para hacerlo en plenitud.
¿En qué consiste este arte de pedir? En la dificultad que muchos tenemos, ya sea por nuestra historia personal, familiar, por los patrones aprendidos, por la herencia sistémica a la que tenemos lealtades o por la forma en la que siempre nos hemos desempeñado ante la sociedad sin cuestionarlo, de desarrollarnos frente a los demás desde un modo básicamente inconsciente.
El diccionario de la RAE define al acto de pedir como: “expresar a alguien la necesidad o el deseo de algo para que lo satisfaga”. Me parece que la definición se queda muy corta si aterrizamos este concepto a algo indispensable en la vida y en el desarrollo del ser humano. Si entrelazamos el concepto y acción de pedir con su parte complementaria —que es el tomar— podríamos como abogados incluso pensar en la cantidad de transacciones que realizamos en nuestra profesión como consecuencia de los acuerdos resultantes entre dar y tomar, entre pedir y recibir.
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En el plano de las constelaciones familiares y del estudio de las relaciones humanas se explica que estas se conforman entre alguien que pide y otro que da. Estas acciones son las que generan que las relaciones sean energéticamente saludables, pues siempre hay una compensación y un equilibrio en ellas. Cuando alguien únicamente recibe, se queda en deuda con el otro; cuando alguien solo pide, tiene un saldo en contra respecto del que le dio si lo que se entregó no fue justo y equilibrado. Esto no se limita a un dar y recibir material o físico, sino al dar y recibir emocional y espiritual. Esto implica que, cuando solo damos, generamos en el otro una deuda energética inconsciente que el otro difícilmente podrá saldar.
Me gustaría distinguir las necesidades de pedir en los distintos ámbitos de la vida: la pareja, la familia, los padres, los hijos, los amigos, los colegas en el trabajo, los jefes, los socios, los empleados y cualquier otra persona con la que nos relacionamos diariamente. El pedir no se limita a una persona, a una situación o a algo aislado. El pedir es algo necesario para vivir, para nutrir nuestra alma. Resulta importante la manera o formas que tenemos de pedir para que de ellas dependa que el resultado que esperamos sea positivo o no.
En mi punto de vista, en el ámbito profesional, el pedir lo es todo. Para los hombres, educados bajo reglas estrictas y, sobre todo, para aquellos hombres que aún no han migrado hacia una masculinidad más flexible, pudiera resultar muy difícil el pedir, pero sobre todo el pedir sutil, el pedir amoroso, el pedir que permita dejar al otro la posibilidad de entregar conforme a sus alcances propios. Y para las mujeres tampoco resulta fácil, hemos sido educadas en un sistema en el que, como género, resulta aún más difícil ejecutar esta acción, lo que se magnifica en el gremio de la abogacía.
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Como abogados —hombres y mujeres— este pensamiento estructurado y estos conceptos heredados se fortalecen a lo largo del tiempo. Es un ambiente en el que somos educados para tener un perfil que busca esquemas de perfección continua, que nos exige no cometer errores, que nos entrena para buscar de manera “negativa” los errores de la contraparte, identificar los puntos vulnerables en los demás para tomar ventaja, identificar las partes débiles del contrincante. Es una profesión en la que crecer muchas veces implica vivir bajo estrés, sin pausas, con urgencia, con poco tiempo personal para nutrir nuestras emociones y nuestro cuerpo, con poco tiempo y espacio para la reflexión.
Ante esta dinámica constante nos frustramos porque no hemos hecho lo suficiente o nos castigamos pensando si tal vez podríamos haberlo hecho mejor. Somos parte de una profesión acostumbrada a vivir una sensación de frustración al máximo, a desenvolvernos en ambientes hostiles, nos pagan por pensar en escenarios catastróficos y en la mayoría de los casos para resolver. Nos desarrollamos en un ambiente de crítica constante y esto genera en ocasiones una resonancia que nos deja sin energía, con poco amor, empatía, compasión y reconocimiento para nosotros, nuestros colegas, pares y personas con las que convivimos diariamente. En una estructura como esta es difícil en ocasiones acomodar la necesidad de pedir.
Como seres humanos hemos sido permeados con patrones que repetimos de manera sistémica de nuestros padres y ancestros o que vamos aprendiendo inconscientemente de quienes tenemos cerca como líderes o modelos a seguir. Se ve difícil cambiar nuestros patrones ante convicciones o decisiones heredadas que se instalaron en nuestra mente de manera automática sin pedirnos permiso.
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La cultura de la inmediatez en esta época tecnológica nos aparta del pensamiento y de la reflexión y nos acerca mucho más a un comportamiento que, de manera inconsciente, se va replicando en una actividad tras otra. La posibilidad de picar un botón y tener a la mano en los siguientes instantes lo que deseamos nos aleja de la convivencia y de la posibilidad de pedir las cosas que necesitamos. La ausencia que se crea para pedir también se centra en la incapacidad de vernos vulnerables, imperfectos, incompletos, en parecer inadecuados para ejecutar las acciones para las que fuimos contratados, en permitirnos ser juzgados y evaluados.
No nos damos cuenta de que el pedir nos entrelaza con los demás y nos permite también, dentro de esa “vulnerabilidad” al momento de pedir, “recibir”. Tampoco de que al recibir nos llenamos de energía, empatía, alianza, confianza y gratitud. Esa energía y esa gratitud generan lazos de conexión con los demás, generan lazos de confianza que crecen y tienen mucho más poder que todas las demás actividades de empoderamiento que creemos lograr mediante nuestro esfuerzo individual. Al recibir nos llenamos de una riqueza espiritual que es imposible recibir si no sabemos antes pedir.
Y para pedir necesitamos romper nuestro inconsciente para saber identificar qué es lo que necesitamos. La dificultad de pedir nos lleva de manera inconsciente al opuesto del pedir, que es el acto de “imponer”. Imponer rompe con toda armonía, con toda energía y con todo acto de enriquecimiento espiritual, de confianza, de comunicación y de apoyo.
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Mediante la posibilidad de pedir podemos hacernos conscientes de nuestros pensamientos, de nuestra mente, podemos lograr una interacción directa con nuestro cuerpo y generar emociones que nos aparten del miedo a fallar, que escuchen a nuestra intuición, que nos fortalezcan por dentro y que generen mejores condiciones para relacionarnos con los demás. Quien no pide, no puede recibir y quien no recibe se queda vacío. Quedarse vacío entristece, aparta de los demás, genera enojo, coraje, envidia y un sinfín de sensaciones que nos alejan de los demás y al final nos alejan de nosotros mismos.
No necesitamos luchar contra nosotros mismos, sentirnos impostores o festejar nuestros logros en soledad, imponiéndonos tareas de alto grado de complejidad. No es necesario como mujeres continuar con matriarcados excluyendo a la diversidad, ni vivir bajo el esfuerzo continuo que nos asfixia. Merecemos hacer un alto, tomar aire, resetearnos, reformatearnos, cambiar nuestra forma de pensamiento, dejarnos sentir, fluir y, dentro de todo esto, aprender a pedir.
Pedir no es un acto de fortaleza, sino de valentía para enfrentar los retos que nos permite aceptarnos imperfectos. Nos nutre de los otros para no equivocarnos, nos rescata del caer, nos permite replantear nuestros patrones y ver posibilidades diversas, reprogramar nuestras mentes, desprogramar nuestros hábitos, reformatear nuestros pensamientos y deshacernos de las emociones que nos causan daño o no coinciden con nuestra intuición.
Un punto importante para pedir es tener claridad total de manera consciente de lo que vamos a solicitar: saber pedir. Sin embargo, el pedir es una acción tan poderosa que debe de hacerse siempre con amor y agradecimiento para aquel a quién se le está haciendo la petición, por lo que la parte más importante del pedir es siempre agradecer. Recibir siempre estará identificado y será proporcional a la manera en la que pedimos.
Aprender a pedir es un arte, cura el alma y sana al cuerpo.
*María Fernanda Martínez es mentora de Abogadas MX.
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