Sí a la paz

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Fecha de publicación: 30/09/2016
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Defensores y opositores debaten los detalles del acuerdo de paz y se trenzan en largas discusiones acerca de la dosis de justicia o de impunidad requerida. Critican los censores las prerrogativas para la guerrilla al reincorporarse a la vida civil. Pero desconocen la consecuencia fundamental del acuerdo de paz, consistente en que las FARC aceptan desarmarse y dejar de existir, acogiéndose a la democracia y al ordenamiento jurídico, de lo cual hay antecedentes positivos de otras guerrillas que existieron en el país.

Así, en virtud del acuerdo se desarticulará la organización subversiva más robusta del país, catalogada de terrorista, cesando una máquina de guerra que ha producido miles de muertos, secuestros, y graves lesiones corporales y mentales en la población.

Además, se juzgará a los subversivos en el marco de un sistema de justicia transicional (de verdad, reparación y no repetición), otorgándoles: (i) ciertos beneficios jurídicos, so pena de que respondan con todo el rigor sancionatorio si mienten o incumplen los términos del acuerdo; (ii) la implementación de un programa de desarrollo agrario integral respetuoso de la propiedad privada y su función social; y (iii) la concesión de algunos beneficios políticos y económicos mínimos, que garanticen el tránsito de grupo armado a movimiento político.

Los opositores consideran que en lo urbano gozamos de niveles aceptables de seguridad, y que el acuerdo generaría más mal que bien, si se tiene en cuenta que las FARC no tienen capacidad de perturbar el orden público en las ciudades, en tanto que se les permitiría ganar vocería política y acceso a círculos de poder institucional.

Pero este argumento es deleznable y egoísta, pues (i) se condenaría al país rural a un conflicto eterno que generaría más muertos y pobreza, y que impediría el desarrollo agrario de la nación; (ii) se menospreciaría la relevancia que para la democracia traería el que las FARC depongan sus armas e intenten persuadir mediante las ideas; y (iii) se desconocería que la mejoría en seguridad se debe en parte al cese de hostilidades.

Sería un error grave igualar seguridad y decrecimiento de la violencia con la paz. Martin Luther King Jr. nos enseñó que la verdadera paz no equivale a la simple ausencia de confrontación, y que una sociedad sólo estará en paz consigo misma cuando pueda reconciliarse con su conciencia. En nuestro caso, resurgiendo de la degradación del ser humano, después de 220.000 mil muertos, unos 3.000 secuestros y más de 5 millones de desplazados.

Votar es terminar el conflicto, profundizar la democracia y abrir la posibilidad de que el dinero de la guerra se invierta en educación, salud y tecnología; pero sobre todo es allanar el camino para dejar de matarnos entre colombianos.
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