Presidente Trump

Es un sentimiento tristemente familiar, una resaca que pesa en el alma. No se trata de perder elecciones solamente, sino de perderlas ante la irracionalidad del populismo. Y lo que es peor, dejando una sociedad polarizada y un movimiento que se ha alimentado del nacionalismo y las diferencias de la gente para sacar réditos electorales. Ese sentimiento es familiar para muchos de los que venimos de Latinoamérica. En cambio, para los estadounidenses, era completamente desconocido.

El día antes de las elecciones, la mayoría de las encuestas y analistas daban a Hillary Clinton con una ventaja de al menos 4 puntos. Esto, luego de haber tambaleado con las declaraciones a destiempo del director del FBI, James Comey, quien una semana antes de la elección presidencial reveló que se había reabierto la investigación en torno a los emails del servidor privado de la candidata. Posteriormente, el mismo Comey explicó que no se había encontrado nada nuevo, pero el daño ya estaba hecho.  

Pero la derrota de Clinton ante Donald Trump, un candidato sin experiencia política y por quien no se apostaba medio, va más allá del asunto de los emails y la capacidad de Trump de conectar con su audiencia.

Hillary Clinton, desde el principio, se avizoraba como una candidata poco carismática -en franca contraposición al actual presidente demócrata Barack Obama. No es secreto que en los últimos años la carrera por la presidencia de los Estados Unidos se ha convertido en un concurso de popularidad, y en este caso, el establishment del partido demócrata había levantado molestias por intentar imponer a Clinton como candidata. Convirtiéndola, casi instantáneamente, en villana. 

Además de esto, la ruta a la nominación dejó varias heridas imposibles de sanar para la campaña de Clinton. Bernie Sanders, su contrincante durante las primarias demócratas, amasó gran popularidad entre un grupo significativo de "millennials" que nunca logró conectar con la candidata, y a quienes se les grabó la idea de que Clinton era mentirosa y corrupta. Posteriormente, Sanders no fue efectivo al momento de trasladarlos al Clinton camp cuando le dio su apoyo, y éstos quedaron en la categoría de disenfranchised.

Por otra parte, el partido demócrata concentró sus esfuerzos en cortejar a las distintas minorías que conviven en los Estados Unidos, y dejó de lado los intentos por comunicarse con una mayoría blanca de clase trabajadora que en los últimos años se ha visto afectada por el fin de la era industrial en el país. El discurso de Trump, tanto en sus rallies como por las redes sociales, caló en este grupo a la perfección. Le puso cara a sus males, y les prometió reivindicación. Esa película la hemos visto antes, y sabemos que no suele terminar bien. 

Con la mira puesta en el futuro, nos toca pensar cuál será la posición de Trump frente a los distintos asuntos que aquejan a la región. ¿Llevará a cabo las políticas migratorias prometidas con relación a la frontera con México? ¿Qué ocurrirá con las relaciones comerciales, no solo con México, sino también con los otros firmantes del Tratado Transpacífico (TPP) -Chile y Perú? ¿Se entenderá con Macri? ¿Revertirá los esfuerzos de Obama para avanzar con el deshielo con Cuba? ¿Asumirá una posición frontal contra la dictadura en Venezuela?

Son muchas incógnitas que se plantean en torno a un personaje que se ha destacado por ser impredecible y visceral. Lo que nos viene no será fácil. Solo nos quedará esperar para saber si la piel que vemos en el exterior es, en efecto, de lobo.

Mientras tanto, tenemos este espacio para especular, discutir, y resolver el mundo.    

Hillary Clinton parece haber guardado un poco de su escasa carisma para el discurso con el que concedió la victoria a Trump. Fue breve, emotivo, y sincero. El mensaje final lo dejó para esa juventud con la que nunca se pudo entender: "Luchar por lo correcto siempre vale la pena".

Un mensaje que se hace urgente en estos tiempos turbulentos.