El Imperio de la Ley

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Fecha de publicación: 18/08/2017
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Hace algunos años, tras la captura y empalamiento de Muammar el Gadafi, leí un artículo de Ian Buruma donde el autor hacía la siguiente reflexión:



Llevar a juicio a Gadafi probablemente no hubiera satisfecho todos los sentimientos de injusticia de los libios, pero pudo haber ayudado a infundirles un mayor respeto por la ley.



Las palabras del profesor de Bard College calaron tan profundamente que terminé por verme en el espejo de los rebeldes libios en la transición post-Gadafi. Entendí que una de las consecuencia más graves que nos dejan estos regímenes anárquicos de talante sutocrático es, precisamente, la pérdida de aquella característica fundamental de la conciencia democrática: el respeto a la ley.


A cuenta de estar sometidos a un régimen represor, donde la corrupción está a la orden del día, y que prefiere ver gente con hambre en las calles antes que someterse a la constitución y las leyes, es natural que los ciudadanos se sienta con licencia de violar el ordenamiento jurídico a sus anchas. La cultura del “mejor nosotros que ellos” se propaga rápidamente hasta que no queda ni el rastro de los ciudadanos que solíamos ser, para pasar a convertirnos en un pueblo que no es más que el triste reflejo de quien los ha disminuido.


Cuando la corrupción es fomentada desde las instituciones encargadas de combatirla es fácil rendirse ante ella. Se crea una conciencia de inevitabilidad que sirve para justificarse a uno mismo que no había otra alternativa. Esto hasta que el sistema cambia y se encuentra uno con la dura realidad que significa el haberse convertido en parte del problema y, en muchos casos, encontrarse con la justicia.  


Cuando se disminuyen las garantías constitucionales, y los gobiernos violan los derechos más básicos, el instinto es migrar de la civilidad. Irse a pelear en un terreno ajeno, donde la única forma de ganar es transformarse en el represor, en el violador de derechos.


Fomentar el respeto por las formas democráticas no significa doblegarnos ni dejar de retar a las instituciones cuando atentan contra nuestros derechos. Significa preservar la integridad de la ley y hacer cama para la oportunidad de cambio que podría encontrarse a la vuelta de la esquina. Porque la única forma de aprovecharla, es ser algo mucho más que ciudadanos, es ser país.

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