El problema no son las ficciones, sino creer en ellas

El problema no son las ficciones, sino creer en ellas
El problema no son las ficciones, sino creer en ellas
Fecha de publicación: 21/06/2018
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Con escaso margen de error, se puede afirmar que el arte en todas sus manifestaciones, tiene la virtud de erigirse en catalizador de las aspiraciones de una sociedad. De ahí que los artistas puedan condensar en sus producciones, de manera inmejorable, ya sea el bienestar o el malestar de la cultura.


En países como la Argentina, la ficción no puede quedarse muy atrás porque corre el riesgo de perder por goleada con la realidad. Cuando la cotidianeidad se presenta abrumadora, la cinematografía debe serlo aún más para que del absurdo de la tragedia germine cierto atisbo esperanzador. De algún modo, se trata de  pensar que no estamos tan mal y consolarnos con la idea de que siempre se puede estar peor. Los guiones ficticios deben arrastrar consigo un halo de verdad.  En esos giros se hilvanan las metáforas y se entretejen las moralejas. El problema sobreviene cuando los límites entre ficción y realidad no son tan nítidos, la metáfora se desdibuja y la moraleja se vuelve especialmente confusa.


Así se gestan leyendas urbanas, como las que alimentan el “tráfico de órganos”. Comencemos por decir que ese mito está tan arraigado en el imaginario popular, que atraviesa todas las capas sociales y tiene la capacidad de sobreponerse a creencias religiosas, poder adquisitivo, niveles de educación formal, orientaciones sexuales, inclinaciones políticas, etcétera. En Argentina se requieren años y mucho esfuerzo para suavizar el impacto. Apenas lo logramos.


¿Quién no escuchó hablar en una sobremesa familiar de la “furgoneta blanca”? Aquella que merodea por los colegios con gente que, como quien no quiere la cosa, arranca muelas a los chicos en edad escolar. La misma trama se presenta en versiones de alto contenido erótico, donde un joven amanece en un hotel con una cicatriz en su espalda y un mensaje escrito en el espejo con el lápiz labial de su compañera fugitiva: “gracias por tu riñón”.


Cualquier persona, más o menos  sensata, entendería lo inverosímil de ambos relatos. Pero estamos en Argentina, un país donde la confianza pública se presenta seriamente afectada. Todos vivimos bajo permanentemente sospecha.


Por esto, no queremos que el fantasma del tráfico de órganos vuelva una y otra vez con formatos renovados y consiga atemorizarnos. El temor nos lleva a negar la posibilidad de donar. Aquellos que estamos, de algún modo, relacionados con el trasplante,  debemos echar un poco de luz.


El “tráfico de órganos” conlleva una reminiscencia fantasmagórica, toda vez que remite a episodios horrorosos donde a las personas se les han extraído órganos vitales contra su voluntad. Técnicamente, desde el punto de vista penal, se trata de un concurso de delitos en el que convergen: la privación ilegítima de la libertad, lesiones y hasta el homicidio. Ahora bien, un plan delictivo de esas características es, a todas luces, inviable por los motivos que siguen:


Argumento de la complejidad material: el trasplante de órganos se inscribe entre la más sofisticada tecnología médica de nuestros días.  Hacerlo necesita de (i) infraestructura e instrumental: el equipamiento médico requiere tecnología punta y condiciones de seguridad adecuadas a estándares superiores a los habituales en hospitales medios. (ii)Factor humano: el trasplante exige el trabajo mancomunado de cientos de personas altamente calificadas en diversas ramas de las ciencias de la salud.


Argumento de la racionalidad delictiva: todo plan cuyo fin es consumar un delito, implica la adecuación metódica a cualquier hecho humano voluntario. La consumación del resultado conlleva un margen de factores externos nada desdeñable para el receptor final. Supongamos que estamos sumidos en la más absoluta ilegalidad. Siendo así, ¿a quién se le reclamaría una mala praxis médica? No es factible hacer stock de vísceras humanas para ubicarlas según la demanda y cada vez que los órganos del cuerpo no puedan almacenarse fuera de él.


Argumento de la incertidumbre económica: todo emprendimiento lucrativo pretende ganar plata al menor costo posible. No puede obviarse la variable del tiempo. El margen para manipular el órgano es cronométricamente acotado.


¿Por qué zambullirse en la antijuridicidad? Todo puede hacerse con arreglo al Derecho, de manera gratuita y con garantías de seguridad, tanto legal como psicofísica. El Estado está obligado a brindar cobertura integral para los módulos pretrasplante, el trasplante en sí mismo y la terapia inmunosupresora en el postrasplante. El sistema de donación legislado en la Argentina establece que los órganos para trasplante provienen: o bien de donantes con muerte encefálica o bien de los familiares taxativamente enumerados en la ley.  Cuando se trate de un “donante no relacionado”, se requiere autorización judicial. Se han detectado casos de argentinos que viajaban al extranjero para trasplantarse. Hoy esa es una práctica erradicada, pero lo más importante es que nunca pudo demostrarse que aquí se hicieran prácticas como las de la ficción en nuestro país. El filme “Animal” es una gran oportunidad para renovar la confianza que el sistema ha depositado de modo privilegiado en los equipos de salud. Seamos donantes de verdad, no de ficción.

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